martes, 14 de septiembre de 2010

CHAVIMOCHIC y el honor del pueblo liberteño (opinión)

Por Freddy Ortiz Regis

Hoy, 14 de setiembre, tuve la oportunidad de asistir a una reunión en la sede del gobierno regional de La Libertad. La agenda a tratar no era otra que definir cuál habría de ser la reacción de los liberteños frente a la posición del gobierno central de condicionar la culminación de la irrigación CHAVIMOCHIC a la subida de las tarifas del agua.

Siendo un poco más de las cuatro de la tarde autoridades regionales, empresarios agroexportadores, integrantes de la junta de usuarios, técnicos y asesores en general, dieron inicio, bajo la dirección del presidente regional, Víctor León Álvarez, a una histórica sesión en la que habría de sentarse los principios sobre los cuales se orientará la posición de los liberteños frente a lo que personalmente considero es una agresión al clamor legítimo de La Libertad de ver culminada una de sus obras más importantes del período republicano: la irrigación CHAVIMOCHIC.

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Las primeras intervenciones de la reunión fueron de carácter técnico. Las cifras propuestas por el gobierno central hicieron titubear a los asistentes que no se ponían de acuerdo en su composición, lo que determinó que el presidente regional propusiera la formación de una comisión técnica que, en un plazo razonable, emitiera una contrapropuesta consensuada de las nuevas tarifas del agua.

Como se sabe, la tercera etapa de la irrigación CHAVIMOCHIC es la incorporación de 30,859 has entre Santa y Moche y, en una segunda fase, el mejoramiento 50,047 has de Chicama e incorporación de 19,41 has entre Moche y Urricape. Las obras principales consisten en: i) Mejoramiento Bocatoma 412msnm, ii) Presa Palo Redondo (1ª Etapa 72m altura), iii) Sifón Invertido Virú Segunda Línea, y, iv) Obras y Acciones Complementarias (Automatización, Explotación Aguas Subterráneas, Remodelación Riego y Drenaje Virú, Extensión y Capacitación para mejoramiento Eficiencias de Riego en Valles Chao, Virú y Moche).

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Pero, volviendo a la reunión que es materia de este artículo, más allá de la composición de las nuevas tarifas del agua —que el gobierno central condiciona para hacer realidad esta tercera etapa de CHAVIMOCHIC—, quiero detenerme en las intervenciones de los agricultores, de los empresarios agroexportadores y del Ing. Alfredo Santa María Calderón[1].

Los agricultores sostienen que el Estado tiene una deuda con La Libertad; deuda que consiste en la culminación de CHAVIMOCHIC al 100%, que comprende Palo Rendondo. Y así fue como los agricultores apostaron para comprometerse en el sueño que representó esta obra de irrigación para el futuro y el destino de La Libertad. Los agricultores hicieron un llamado a la ciudadanía en general “a unirse y exigir que el gobierno central cumpla con este propósito de completar la obra en su totalidad”.

La intervención de los agroexportadores no fue menos dramática. Sostuvieron que la tercera etapa de CHAVIMOCHIC no es una nueva obra sino la continuación de la primera y segunda etapas, y por lo mismo, la continuación de un compromiso que el Estado asumió con La Libertad. Ellos remitieron a los contratos que se firmaron y en los que se establecieron tarifas del agua a largo plazo, que garantizaban estabilidad a veinte y hasta a treinta años. Por eso consideran que el incremento arbitrario de las tarifas del agua lo único que lograría sería desestabilizar todos los componentes macroecómicos de la economía de la zona quitándole viabilidad a la producción. El llamado de los agroexportadores es porque La Libertad se una a fin de evitar que se alteren las reglas de juego que han posibilitado que CHAVIMOCHIC genere el empleo y la riqueza que hasta ahora ha producido para La Libertad y para el Estado. Los agroexportadores finalizaron su intervención haciendo un llamado a las autoridades a no enfocarse solamente en la parte económica de la obra sino en cumplir con un compromiso histórico que asumieron con La Libertad. “En otros países el gobierno subsidia a su agricultura, en cambio, en La Libertad, el gobierno nos sube las tarifas del agua, dejándonos en el abandono en un mundo de competencia global, que, además, está sumido en una crisis económica, y en donde no es posible subir más el precio de nuestros productos. Cuando se hizo CHAVIMOCHIC ésta se concibió como una obra de promoción y desarrollo, es decir, una obra que iba más allá de sus costos e índices económicos por el efecto multiplicador en la economía y en la sociedad liberteñas”, sentenciaron.

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Finalmente, la intervención del Ing. Alfredo Santa María Calderón, puso las cartas sobre la mesa dotando de espíritu y sentido al clamor, de todos los asistentes, de culminar la tercera etapa de CHAVIMOCHIC sin romper las reglas de juego y sin quebrantar una deuda del Estado con La Libertad. “Señores —dijo— las tarifas que se cobra por el agua no son jamás para financiar una irrigación. Si ese fuese el criterio predominante, entonces ¡ninguna obra de irrigación sería posible!”. “Recuerdo —añadió— cómo en la época del gobierno militar el CAEM[2] publicó un estudio que concluía que una hectárea de irrigación en la costa costaba de 80 mil a 100 mil soles, mientras que en la alta selva solamente mil soles la hectárea. Con argumentos de ese tipo, ¿cómo se podía entonces defender la necesidad de realizar CHAVIMOCHIC? En esa época no se entendía —y como parece no entenderse ahora— que la economía moderna no se rige por criterios macroeconómicos tan limitados sino por el efecto multiplicador que una obra pública genera en todas las dimensiones económicas, laborales y sociales de su jurisdicción geopolítica. La agricultura es la actividad que mayor efecto multiplicador económico tiene en la sociedad, y basta con los productos que producen los agricultores para que se pague cualquier obra de irrigación. Las tierras no desaparecen; al contrario siempre aumentan su valor”.

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Alfredo Santa María, recordó que esa forma retrógrada de pensar fue la que encontró cuando se propuso electrificar Trujillo. “ ‘¡Cómo se le ocurre Ing. Santa María traer la electricidad de Chimbote a Trujillo!’ —me decían— argumentando que la población no estaba en condiciones de pagar una tarifa tan elevada de consumo energético. Felizmente este criterio no primó y la electricidad llegó a Trujillo convirtiéndola en un polo industrial del país (…)”.” Señores —continuó— las tarifas que se cobra por el agua no sirven para financiar la obra sino para cubrir su mantenimiento. En una economía con Tratado de Libre Comercio debemos estar en igualdad de condiciones todos los socios que comercializamos nuestros productos, pero los agricultores peruanos no estamos en igualdad de condiciones con los agricultores de los países que subsidian a su agricultura”.

Finalmente, Santa María, concluyó su intervención declarando que “todo Estado tiene soldados que se preparan para la guerra, pero los soldados que se preparan para luchar por la paz son los agricultores, y no sólo por la paz sino también por la democracia. Como todo soldado que se prepara para defender al país de un invasor enemigo, el Estado no se mide para proveerlo de lo mejor, de las mejores armas, de los mejores equipos, ¿o acaso el soldado tiene que pagar por el fusil o el tanque que utiliza?; del mismo modo debería suceder con los agricultores, que deben ser equipados con lo mejor porque sus enemigos son el hambre y la miseria“.

Fue una reunión muy aleccionadora. Sentí que se estaba debatiendo el futuro de La Libertad como potencia agrícola y agroindustrial. Percibí en todos el deseo de que se respeten los derechos del departamento que abrió el sendero de la libertad del yugo opresor español y fue el primero en anunciar su independencia. Ojalá que el gobierno cumpla con el compromiso inicial de terminar CHAVIMOCHIC al cien por ciento porque es una política de Estado, sin condicionamientos, sin resentimientos políticos, sin demagogia electorera.

[1] Alfredo Santa María Calderón es uno de los pioneros de la concepción, formulación y ejecución de la irrigación CHAVIMOCHIC. Con más de 90 años de edad ha dedicado gran parte de su vida a hacer realidad esta obra tanto en su accionar profesional como ingeniero agrónomo egresado de La Molina como en su vida política como ex senador de la república.

[2] Centro de Altos Estudios Militares.

sábado, 19 de junio de 2010

“Pedú”: De nombres, sobrenombres y apodos… (memorias)

Por Freddy Ortiz Regis


Hermosa playa de Huanchaco en donde viví los años felices de mi infancia

Navegando en YouTube escuché uno de los valses más hermosos de la música peruana, Lima de novia; y el escucharlo me ha traído recuerdos de mi infancia, motivándome a escribir estas memorias que comparto con mucho cariño y nostalgia:




En los años de mi niñez mis padres decidieron vivir —procedentes de Lima— en el norte del Perú. Éramos papá, mamá, mis dos hermanos y yo.

El lugar elegido fue Huanchaco, una caleta de pescadores a solo 15 minutos de Trujillo, famosa en esa época por su clima. Era tan famosa, que hasta se había construido un sanatorio para los enfermos de asma, al que se había dado en llamar La Climática.

Mis padres nos matricularon a mi hermano y a mí en el único colegio de varones que había, que llevaba el nombre del mártir de la independencia —y pescador también como los pobladores de la caleta— “José Olaya”.

Eran los años en que aún pervivía el aterrorizador aforismo de que “la letra con sangre entra”, y para mi mala suerte, los profesores que allí se habían juntado lo aplicaban a pie juntillas. Yo entré a segundo año de primaria, y con apenas siete años, estaba rodeado de compañeros que en su mayoría frisaban los quince o dieciséis años. Eran hijos directos de los chimúes, toscos, lentos para las letras y los números, bulliciosos, pero, sobre todo, burlones y muy hábiles para la sorna y poner apodos.

Cuando llegaba el lunes el estómago se me revolvía pensando en la semana que me esperaba. Me había tocado un “maestro” al que mis compañeros huanchaqueros —que así les decían[1])— habían apodado Pachacútec, en alusión al carácter despiadado y violento del noveno inca del antiguo imperio incaico.
Al finalizar la semana dábamos gracias a Dios porque por fin podíamos descansar de los maltratos a los que nos sometía Pachacútec en el aula; maltratos que se hacían aún más crueles los días que llegaba al salón de clases bajo los efectos de la cerveza o de alguna bebida espirituosa.

Pero felizmente, la vida escolar en el José Olaya no era tan dramática como para no poder resistirla. A los sufrimientos que nos infligía Pachacútec, se contraponía —como un bálsamo o una luz en la oscuridad— la algarabía, el bullicio y la alegría de mis compañeros huanchaqueros, para quienes el carácter irascible de nuestro ocasional maestro no era suficiente como para apagar en ellos la chispa de su talante desenfadado, libre y, hasta cierto punto, desprejuiciado.

Hasta donde Dios me ha dado vida, y puedo escribir estos recuerdos, no he encontrado en el mundo a nadie como mis compañeros huanchaqueros para poner apodos. Los primeros en recibir la destreza —y también la crueldad, pues algunos apodos eran crueles— fueron los maestros de la escuela. Como ya lo dije, a nuestro maestro le pusieron “Pachacútec”; a una maestra le pusieron “La Pollo” en alusión a sus enormes y fríos ojos claros, idénticos a los de un pollo maltón; a otra profesora le pusieron “La Monina” en alusión a su rostro monino, alargado y desencajado.

Pero, ¿de dónde venía esa vocación de los huanchaqueros para poner apodos? Huanchaco es un pueblo pescador ancestral, cuyas tradiciones provienen del pueblo Moche o Muchik, que tiene una larga continuidad en la zona norte de los Andes centrales. Los cronistas, informan que en el “Valle del Chimo” donde se fundó la ciudad de Trujillo, a dos leguas de esta ciudad dista un puerto o arrecife, que luego tomó el nombre de Guanchaco. Los huanchaqueros son pues descendientes directos de los chimúes, y esto se comprueba con los apellidos que aún perviven en Huanchaco pertenecientes a las familias más ancestrales de este lugar. Así tenemos a los Huamanchumo y a los Piminchumo.

En las culturas más antiguas, sean éstas americanas o de otra latitud, el nombre debía ser la expresión que revelara lo más trascedente de la persona que era nombrada. No existían reglas que limitaran o regularan el deber y el derecho de tener un nombre. Y así tenemos que en las culturas más antiguas de la humanidad podía haber personas que eran llamadas “Siempre sonriente”, “Cabeza de toro” o “Águila veloz”. Pero conforme la humanidad fue civilizándose el nombre fue también evolucionando, hasta llegar a lo que es hoy en día: un cliché o una etiqueta sin mayor significado o trascendencia directa con la persona nombrada. Y, así, todos nos llamamos María, Sonia, Matías, Pedro, Manuel o, como mi nombre —Freddy— que me lo pusieron a instancias de una tía muy cercana, que quiso recordar a un enamorado norteamericano que la había flechado y, para desgracia mía, tenía ese nombre…

En cambio, los huanchaqueros, y en especial mis compañeros de aula del viejo colegio José Olaya, no habían olvidado que a las personas se les debe llamar por las características más íntimas que emanan de su ser biológico o espiritual. Por eso vienen a mi mente los sobrenombres —motes, chapas o apodos— que mis condiscípulos se ponían entre ellos: “Zancudo” en alusión al pelo erizado y apelusado, semejante al de un insecto, de uno de mis compañeros; “Perro triste”, en alusión al rostro sanbernardino que tenía otro de mis amigos; “Chispita”, en alusión a su carácter jocoso, risueño e inquieto; “Venao”, en alusión a las piernas torcidas de uno de ellos, semejantes a los cuernos de un venado; “Tocho”, en alusión a su tamaño pequeño; “Cagón”, por no controlar sus esfínteres; y la lista es tan larga como virtudes y/o defectos tenían los pobladores de Huanchaco. En realidad eran muy pocas las personas que eran llamadas por su nombre de pila. Todos, o casi todos, eran llamados por su apodo y —salvo contadas excepciones en que nombrar a alguien por su apodo tenía consecuencias nefastas—, nadie se sentía incómodo, y más bien, cuando alguien era llamado por su nombre de pila, no reaccionaba.

Eran, pues, muchos los apodos que mis compañeros huanchaqueros se ponían entre ellos, y ponían a los demás. A mí también me pusieron un apodo: “Pedú”. El mote nació cuando con ocasión de la celebración de una fiesta del calendario escolar, me escogieron para que cante una canción. Yo, que apenas había llegado de mi Lima natal, no pude ocultar mi alegría y decidí cantar el famoso vals peruano Lima de novia. Cuando llegó el día esperado, y subí al proscenio a cantar, mi alegría se trastocó en un nerviosismo creciente, pues cada vez que pronunciaba la palabra “Perú” (que en la canción se repite innumerables veces) la audiencia estallaba en una sonora carcajada.

Desde ese día, el nombre que mis padres me pusieron pasó a un segundo plano. Un frenillo que tenía en la lengua y me impedía pronunciar con soltura el fonema de la “r” fue el decisivo para que mis condiscípulos me bautizaran como “Pedú”. Y hasta ahora, cuando visitó mi Huanchaco querido, mis excompañeros de la primaria, me saludan con un abrazo o una palmada en el hombro, y me dicen: —¿Cómo estás Pedú? ¡A los tiempos que vienes por acá!..

El profesor nicaragüense Pedro Alfonso Morales, al escribir sobre el apodo en un sitio web de su país, dice lo siguiente:

“Cuentan, a manera de chiste, que en cierta ocasión, venía un productor esteliano a ofrecer sus productos a la ciudad de León. En la entrada de esta ciudad, se rompió una de las llantas de su camión y se quedó anclado a la orilla de la carretera. Cuando buscó donde reparar la llanta, le dieron un nombre: Cara de palo. El productor se rió del nombre, pero tuvo que buscarlo por necesidad. Cuando llegó al taller, preguntó: ¿Se encuentra el señor rostro de madera? Todos se rieron de la ocurrencia, pero ninguno apareció. El ejemplo, ilustra una realidad que llevamos en nuestra personalidad. 

“Ciertamente, el apodo, palabra que viene del latín appositum, aditamento, epíteto; de apponere, aplicar, añadir, es el nombre que suele aplicarse a determinadas personas, tomándolo de sus defectos, virtudes o de alguna otra circunstancia. Llamado también, alias, remoquete, mote o sinónimo, se constituye en un rasgo de la personalidad del individuo y en un elemento de su identidad. Algunas personas a quienes se les llama por su verdadero nombre, no responden porque no se sienten identificados. Otros, como El cuervo, uno de mis alumnos, hacía mofa de su propio mote, diciéndose ¡cuec, cuec!, onomatopeya del ave que le gritaban sus compañeros.

“El uso del apodo es tan antiguo que su origen debe buscarse entre los primeros pobladores. El nombre propio de cada individuo, es a la vez, un verdadero apodo, puesto que es un epíteto de sus defectos o virtudes externas e internas. Todas las naciones, las épocas, las culturas y las literaturas, han usado el apodo para designar castas y linajes de las personas. Pensemos en Adán, por ejemplo, cuyo nombre en hebreo, significa varón o hijo de la tierra”.

Y esto es cierto. En el libro de Éxodo 3: 13-22, Moisés es el primero que pregunta el nombre de Dios. No pregunta cómo lo debe llamar, sino ¿cómo te llamas?, ¿cuál es tu esencia? Y Dios le responde: “Soy el Eterno”. Revelando que el nombre expresa la verdadera esencia del carácter, la trascendencia y la dimensión no solo de Dios sino también de todos los hijos de los hombres. Ahora, ¿cuál es tu nombre?






[1] Gentilicio inapropiado pues la terminación “ero” es para designar oficios (como hojalatero, zapatero, etc.); lo correcto sería “huanchaquense” o “huanchaqueño”.

sábado, 17 de abril de 2010

San Juan: “He tratado de seguir como si nunca nos hubiéramos conocido”. (memorias)

Por Freddy Ortiz Regis




Cuando mi hijo llegó a la edad de ingresar a la secundaria, se alucinó por estudiar en el colegio que yo había estudiado.

—Tengo que estudiar en el San Juan —me decía vehemente. Pero fue matriculado en otro colegio. De “menor categoría” según él, y allí transcurrió los cinco años de la media, dejándome sentir —cada vez que tenía la oportunidad— su frustración por no haber sido matriculado en el “San Juan de mis amores”.

Nunca se resignó a no ser sanjuanista… No pocas veces lo sorprendí cantando a voz baja en algún lugar de la casa la marcha sanjuanista, hasta que se cansó de hacerlo en secreto, y comenzó a entonarlo a voz batiente para que todos sepamos en la familia que a pesar que estudiaba en otro colegio, él era sanjuanista…

Cierto día advertí que había traído a la casa un par de palos de tambor. Frisaba los quince años y no había rincón de la casa en donde no lo podíamos encontrar rompiendo los aires con los palillos, ensayando los malabares típicos de los tamborileros de las grandes bandas, que en mi ciudad pugnan por ser las mejores.

Yo me sorprendí porque hasta donde sabía, el colegio en que él estudiaba no tenía banda. “¿Y por qué ensaya con tanta vehemencia los malabares de los tamborileros?” me preguntaba todos los días, inquieto. Hasta que no pude soportar más y le pregunté…

— Es que voy a tocar en la banda del San Juan, papá —me respondió con una sonrisa que iluminaba su rostro aún infantil.

—¡Pero si tú no estudias en el San Juan! —repliqué.

—Sí, pero voy a tocar en la banda —me respondió orondo.

Conociéndolo como lo conocía, no dudé que su pasión por ser sanjuanista lo había llevado al extremo de solicitar algo que era impensable: Ser miembro de la banda de un colegio del cual no se es alumno. Me aparté de él con un nudo en la garganta, cargando el peso de un sentimiento de culpabilidad por no haber realizado su sueño de estudiar en el San Juan, y sufriendo muy por dentro de mi corazón el dolor que habría de sufrir mi muchachito cuando la banda —como era natural— habría de cerrarle las puertas por ser su anhelo un imposible jurídico.

Los días pasaron, y los palillos que rasgaban los aires de nuestra casa ya no se veían revolotear por las alturas. Mi chiquillo se había vuelto taciturno, y yo sabía que mi premonición se había cumplido. Pero la luz no demoró en retornar a nuestro hogar, pues ahora mi muchachito había sido elegido miembro de la escolta de su colegio. Sí, ¡de su propio colegio!

Y así fue como tuvimos que desacostumbrarnos de ver los palillos rasgando los aires de la casa para tener que acostumbrarnos, ahora, a verlo marchar de un lado a otro por todos los pasillos de la casa. Yo estaba feliz porque pensé que por fin mi muchachito había encontrado algo que lo identificara con su colegio, haciéndolo pasar horas de horas en ensayos, y llegando a casa más tarde de lo normal, con los zapatos cada vez más desgastados y el rostro completamente sudoroso.

Sin embargo, mi alegría no duraría mucho, pues un día que lo felicité por dar todo su esfuerzo a la escolta de su colegio, me respondió:

—Gracias papá, pero nunca seremos como la escolta del San Juan…

oOo

De estos acontecimientos un tanto tristes han pasado ya algunos años. Mi muchachito ahora está en la universidad, trabaja en una empresa muy importante, y hasta es papá de un hermoso bebé de nueves meses. Pero su corazón sanjuanista sigue latiendo en lo más profundo de su ser.

En contraste, yo, desde que salí del San Juan nunca más he retornado a mi colegio. Ni de visita ni en los encuentros que anualmente se realizan con ocasión de las fiestas patronales de la institución sanjuanista.

Todos los años mis excompañeros de la secundaria se reúnen en la casona de la calle Independencia, escuchan las clases de los viejos maestros y luego salen a marchar por las calles como en los años en que éramos adolescentes. Cantan la marcha sanjuanista y entonan ese silbido que a mi hijo lo volvía loco. Rememoran con nostalgia todos los jocosos momentos que pasamos en sus aulas, y por “Dios y la patria” vuelven a jurar “ser grandes”. Luego todo termina con almuerzos de camaradería, fotos y un abrazo que perdurará hasta el próximo año en que vuelven a encontrarse para repetir el mismo ritual.

Cada vez que llega el 24 de junio —día central de las festividades sanjuanistas— yo permanezco en mi casa, enfrascado en alguna labor de mi trabajo, o haciendo algo diferente, pero entretenido. Sin embargo, hay alguien que está en “mi representación” en medio de la algarabía y la nostalgia que caracterizan a estos encuentros: mi muchachito. Cuando todo termina, él retorna a la casa y me recrimina duramente mi indiferencia. Un día, sin poder disimular su enojo, me enrostró: “Allí tienes la cristina amarilla, allí tienes la chompa canaria, ¿por qué no te reúnes con los sanjuanistas?, ¿por qué eres así?”

No le contesté porque no es sino hasta ahora, que escribo estas líneas, que tengo una respuesta más o menos aproximada… ¿Será que albergo un sentimiento de culpabilidad por no cumplir el sueño de mi hijo, y que me impide gozar de mi sanjuanismo? ¿Será porque nunca me he sentido identificado con nada ni con nadie? ¿Será porque para mí la vida es un presente infinito, y rememorar todo tiempo pasado es comenzar a prepararse para dejar de existir? ¿Será porque el claustro escolar siempre representó para mí eso: un claustro que cortaba mis alas y me impedía volar hacia lo desconocido?

Alguna de estas interrogantes/explicaciones ha de ser la respuesta. Tal vez un día mi muchachito me vea colocarme la cristina amarilla y la chompa canaria; y el día que eso suceda no tendré ninguna explicación. Pero, mientras tanto, permanecerán allí, guardadas en una gaveta de mi ropero, siendo vistas, furtivamente, muy de vez en cuando, por ese corazón sanjuanista que siempre fue más canario que el mío.

sábado, 27 de febrero de 2010

Carta a Peter Joseph, autor del documental Zeitgeist (religión/filosofía)

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Por Freddy Ortiz Regis
Estimado Peter Joseph:
Acabo de ver, por primera vez, tu documental Zeitgeist. Las primeras reacciones que me producen son fundamentalmente dos: agradecimiento por ayudarme a consolidar aún más mi fe en Cristo, y, complacencia porque tus descubrimientos en torno a la relación que existe entre la economía, la política y el poder son verdades a gritos que los adventistas conocemos desde hace más de un siglo.
Sólo tengo dos críticas que hacerte: la primera, la forma poco respetuosa con la que pretendes demostrar que Jesucristo nunca ha existido, y la segunda, tu poco o casi nulo conocimiento del contenido espiritual de la Biblia.
Después de ver la primera parte de tu documental, muy lejos de tambalear mi fe, me he sentido plenamente confirmado en la forma tan maravillosa como Dios ha venido interviniendo en la historia. No es –como groseramente lo sostienes- que la historia de la vida de Cristo sea una copia de cosmovisiones religiosas de las culturas antiguas; es todo lo contrario: el prototipo de Jesús está presente no sólo en la creación –a la que tú te refieres en términos astrológicos- sino también en la cultura de la humanidad como el sello más claro y explícito del plan de Salvación proveído por Dios para los hombres.
No es pues el cristianismo una religión que surge espontáneamente. Cristo es en la historia el cumplimiento de todos los prototipos y profecías que desde el principio apuntaban a su nacimiento en Belén hace dos mil años, y no sólo en la religión judía sino también en los sistemas religiosos de las principales civilizaciones humanas.
Pero tu poco o casi nulo respeto por la figura de Cristo tiene su explicación en la falta de claridad para distinguir la presencia histórica, espiritual y salvífica de Jesús, por un lado, de la revelación, el uso y la trascendencia que por más de veinte siglos le han prodigado quienes dicen llamarse sus seguidores, por otro lado. Bien dijo en una oportunidad Gandhi –refiriéndose al cristianismo- que si él hubiera conocido a un cristiano, entonces necesariamente habría sido también un seguidor de Jesús.
Esta falta de claridad para distinguir entre la obra de Cristo y las obras de quienes dicen llamarse cristianos es lo que lo que te lleva a destilar tu frustración, sorna e incredulidad hacia Dios. Estoy convencido que si hubieras tenido en cuenta las palabras de Gandhi cuando dijo: “Estoy totalmente convencido de que la Europa actual no realiza el Espíritu de Dios o el cristianismo, sino el espíritu de Satanás. Y Satanás tiene el mayor éxito cuando aparece con el nombre de Dios en los labios. En la actualidad Europa es únicamente cristiana de nombre. En realidad adora a Mammon, el dios dinero”; entonces habrías tenido un mejor elemento de juicio para comprender que la religión católica no ha sido, no es, ni lo será nunca, el portavoz de la fe y de las enseñanzas del Dios-hombre: Jesucristo. Como atinadamente escribiera César Hildebrant “lo que sí sabemos es que la usurpación que ha padecido Dios por parte de sus muy terrenales plenipotenciarios demuestra, precisamente, la mágica impostura de las religiones”.
La segunda y tercera partes de tu documental revelan características del gobierno de los Estados Unidos de América que en realidad ya han sido revelados por Dios mucho antes de que ocurrieran. Estas características del poder norteamericano han sido desarrolladas desde el siglo XIX por la escritora cristiana Elena G. de White en la obra El conflicto de los siglos. Todo el capítulo 26 de esta obra -titulado Los Estados Unidos en la profecía- está dedicado a denunciar el papel de Norteamérica en el histórico escenario de la lucha entre el bien y el mal. Así, con mucha precisión, la escritora cristiana dice: “Pero la bestia que tenía cuernos como un cordero ‘hablaba como dragón. Y ejerce toda la autoridad de la primera bestia en su presencia. Y hace que la tierra y los que en ella habitan, adoren a la bestia primera, cuya herida mortal fue sanada... diciendo a los que habitan sobre la tierra, que hagan una imagen de la bestia que recibió el golpe de espada, y sin embargo vivió.’” (Apocalipsis 13: 11-14)
Más recientemente, recomendamos la lectura de la obra de Clifford Goldstein titulada El día del dragón, en la que asombrosa y casi milimétricamente revela el desenvolvimiento de Estados Unidos en los tiempos del fin, su rol en la consolidación de un gobierno mundial y el progresivo recorte de los derechos ciudadanos a favor de un sistema dictatorial y anticrístico.
En líneas generales, pues, el documental de Peter Joseph tiene la característica central de mezclar la verdad con el error. La verdad respecto del papel de Estados Unidos en las profecías de Apocalipsis, y el error –craso error- de negar la existencia de Cristo debido a su falta de claridad para distinguir entre el Cristo-real y el Cristo-institucional, secuestrado, durante siglos, por la religión dominante en nuestra civilización occidental.
Finalmente, quiero terminar este comentario recurriendo a las palabras del profeta Isaías (53:2-5), quien al referirse a Jesús (siete siglos antes de su nacimiento) lo describió con las siguientes palabras: “No hay parecer en él, ni hermosura: verlo hemos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto: y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados: el castigo de nuestra paz sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados”. Cómo no tuviste en cuenta -estimado Peter Joseph- esta descripción para comprender por qué el Cristo no ha sido registrado en las crónicas de los ilustres de su época.
Cristo no vino, mi querido Peter Joseph, para ser glorificado por los hombres sino para reconciliarnos con Dios por medio del Espíritu Santo, a fin de que vivamos vidas auténticas, desprejuiciadas; sustentadas no en ritos ni en formas externas sino en una secreta consagración del alma a la verdad y la justicia.
Quienes deseen tener la oportunidad de ver el documental, materia de mi comentario, pueden hacer clic aquí.