miércoles, 30 de abril de 2008

Mis encuentros con Vallejo (memorias)


Por Freddy Ortiz Regis


Mis primeros encuentros con César Vallejo datan de mi adolescencia. No digo de mi niñez porque recitar los Heraldos Negros de paporreta no representaba un acercamiento al poeta nacional al que por ese entonces, en la candidez de mi niñez, comprendía menos de lo que ahora lo comprendo:

“HAY GOLPES EN la vida, tan fuertes... Yo no sé.Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,la resaca de todo lo sufridose empozara en el alma... Yo no sé”.
…Y como era de esperarse ese niño lo único que comprendía eran las últimas palabras… “Yo no sé”.

En el glorioso “San Juan” de Trujillo, mi encuentro con Vallejo fue a la fuerza. Me tocó como profesor de Literatura el recordado “Chayo” Vásquez. Con la mano derecha siempre escondida en el bolsillo de su saco oscuro, la voz chillona y esa mirada mochica ancestralmente penetrante, el “Chayo” nos martirizaba con la Literatura, obligándonos a leer libros tras libros, a salir al frente a hablar sobre ellos, y en el peor de los casos, a dramatizarlos. Aún está fresco en mi recuerdo el día que me agarró y me colocó frente a frente. Salí de su presencia completamente humi-llado, maldiciéndolo entre dientes y deseándole se le seque también la otra mano.

—Es usted un inútil al que sus padres no sé por qué razón premian indolentemente — me dijo con esa fuerza del maestro que sabe que sus palabras tiene poder para levantar a los muertos.

No me quedaba alternativa: tenía que elegir uno de los poemarios de Vallejo…, y elegí aquel cuyo nombre me parecía más inteligible: “España, aparta de mí este cáliz”.

Versos van versos vienen, la lectura de este poemario me tenía completamente atónito:

…cuadrumano, más acá, mucho más lejos,al no caber entre mis manos tu largo rato extático,quiebro con tu rapidez de doble filomi pequeñez en traje de grandeza!
Unos mismos zapatos irán bien al que asciendesin vías a su cuerpoy al que baja hasta la forma de su alma!¡Entrelazándose hablarán los mudos, los tullidos andarán!¡Verán, ya de regreso, los ciegosy palpitando escucharán los sordos!
Mas desde aquí, más tarde,desde el punto de vista de esta tierra,desde el duelo al que fluye el bien satánico,se ve la gran batalla de Guernica.Lid a priori, fuera de la cuenta,lid en paz, lid de las almas débilescontra los cuerpos débiles, lid en que el niño pega,sin que le diga nadie que pegara,bajo su atroz diptongoy bajo su habilísimo pañal…

Cuando terminé de hacer el ridículo delante del “Chayo” Vásquez, esta vez no me gritó ni me humilló. No sé cuánto duró aquel silencio suyo. Pero cuando abrió su boca, pequeña y amoratada, como si siempre se la estuviese mordiendo, sentí que había sido exculpado:

—Le doy la oportunidad de escoger el autor que usted quiera — me dijo. —Tiene hasta fin de año para poder aprobar el curso…

Yo salí de su presencia completamente liberado. Y cuando terminó el curso de Literatura, yo salí aprobado porque había elegido a José María Arguedas, y no sólo había leído su Todas las sangres, sino también El sexto, El zorro de arriba y el zorro de abajo y Los ríos profundos.

Pero lo más grande fue que no sólo el alma de los Andes se había cobijado definitivamente en mi corazón sino que además el “Chayo” Vásquez se había hecho mi amigo, y seguí frecuentándolo hasta el día que me hice grande y el mundo del “Chayo” me quedó pequeño…

Pero no pude escaparme de César Vallejo… Cuando estudié en Moscú, el sentirme rodeado de miles de estudiantes de diferentes lenguas y naciones, provocó en mi corazón el irrefrenable anhelo de conservar y expresar mi peruanidad. Para colmo me tocó como compañero de cuarto —además de un africano y un ruso— un chileno…

El ruso no dejaba de hablar de su Tolstoi, de su Dostoievsky, y de su Ovstroksy. El africano no hablaba de ningún escritor, sólo preparaba unos guisantes que hasta ahora me pican; y el chileno… ya se imaginan: Neruda y Gabriela Mistral, además de todos sus novelistas revolucionarios, machacaban mi cabeza con esa falsa humildad con que los chilenos suelen disfrazarse cuando están entre nosotros.

Una tarde de esas, en que con mis amigos salíamos a recorrer las calles de Moscú, me topé en una librería con la Obra Completa de César Vallejo, la que compré sin pensarlo dos veces. De allí en adelante, la Obra Completa, se convirtió en mi libro de cabecera. El ruso no me entendía nada cuando le explicaba:

YO SOY EL coraquenque ciegoque mira por la lente de una llaga,y que atado está al Globo,como a un huaco estupendo que girara…
Chasquido de moscón que muerea mitad de su vuelo y cae a tierra.¿Qué dice ahora Newton?Pero, naturalmente, vosotros sois hijos.
ME DA MIEDO ese chorro,buen recuerdo, señor fuerte, implacablecruel dulzor. Me da miedo.Esta casa me da entero bien, enterolugar para este no saber dónde estar.
No entremos. Me da miedo este favorde tornar por minutos, por puentes volados.Yo no avanzo, señor dulce,recuerdo valeroso, tristeesqueleto cantor.

No pocas veces sorprendí al chileno hojeando mi libro de cabecera. Nunca me preguntó nada, y yo tampoco le expliqué nada. Pero en mi corazón se movía un orgullo indomable por ser el connacional de un hombre cuyo pensamiento era tan telúricamente pétreo como los bloques de Machu Picchu…

Después de Vallejo vinieron Lorca, García Márquez, Stephen Zwaige, Herman Hess, Cortázar, Borges, Isabel Allende… y el evangelio de Jesucristo.

Las verdades de Jesús me permitieron acercarme a aquella prístina luz que los hombres —como la Luna— sólo reflejan pálidamente del Sol de Justicia que es Cristo. Y el pensamiento de Vallejo —y su Obra Completa— fueron quedándose más y más en la penumbra de un ayer signado por la orfandad, la autosuficiencia y el antropocentrismo.

Pero no es fácil alejarse de César Vallejo… Estas líneas que escribo son el fruto de la paciencia y tenacidad de mi amiga, la escritora y docente universitaria, Mara García. Ella sabe los encuentros y desencuentros que he tenido con el vate universal a lo largo de mi vida. Una vez se los confesé y estoy seguro que ella los procesará en el contexto de su vasta experiencia intelectual y espiritual.

Pero de César Vallejo —ahora que he vuelto a repasar su Obra Completa— nadie podrá decir que fue un hombre que escribió pensando en el premio Nóbel (y no porque no existía en su época) o que escribió esforzándose para llegar a ser un entretenimiento más de la gente.

No. Allí está su obra que nos la ha dejado no como un legado literario sino como una escultura palpitante y trascendente de su mente para todas las generaciones. He allí su Obra Completa como una tomografía viviente de la fisiología de su cerebro atormentado y agonizante. Porque en Vallejo, al revés de lo que se nos revela en Juan 1:14, el hombre se hace verso y habita entre nosotros lleno de dolor y esperanza…

A la mesa de un buen amigo he almorzado
con su padre recién llegado del mundo,
con sus canas tías que hablanen tordillo retinte de porcelana,
bisbiseando por todos sus viudos alvéolos;
y con cubiertos francos de alegres tiroriros,
porque estánse en su casa.
Así, ¡qué gracia!
Y me han dolido los cuchillosde esta mesa en todo el paladar.
Quizás la máxima oportunidad que un hombre pueda tener para acceder a los lóbulos de junco y capulí de Vallejo, sea ser liberado —como lo hizo misericordiosamente conmigo mi profesor en la adolescencia— del deber de entender su obra para ejercer el derecho de llegar a ser un hombre capaz de vivir, amar y escribir en libertad:

“…que 1/3 de luz es equivalente a un tiempo y medio tiempo de mar,
que tus cabellos son como agujeros negros desperdigados por el universo a la espera de un beso curvado por la distancia,
... y que el amor es incapaz de sobreponerse al tiempo, ciego ayo de la muerte… de esa muerte tan querida como el café y los castaños frondosos de París”


Este artículo ha sido publicado en la Edición Especial del "Heraldo Vallejiano" del Instituto de Estudios Vallejianos de la Brigham Young University, Utah, USA.